Lights, Ramen, Mount Fuji and More: What it Felt to visit Tokyo
Luces, Ramen, El Monte Fuji y Más: Lo Que se Sintió Viajar a Tokyo
By Carmen Rita Candelario
Never in a million years did I think that I, a young woman from the Dominican Republic, would manage to travel to literally the other side of the world on her own budget at the tender age of 23. You think I am exaggerating? Well, when you think of it in the context of coming from a tiny island where you need to fly to the U.S. or Europe before even starting the real traveling part - and how much that costs - it doesn’t sound that crazy.
So after 10+ confusing hours in Beijing, China, where the smog had left a disgusting taste on my mouth, I find myself in the Haneda airport, in Tokyo, Japan.I don’t quite remember what it felt to finally get out of the aircraft, mostly because I was scared of the immigration screening, only to have a quiet Japanese man stamp my passport in 3 seconds and signal me to keep walking.
The minute I stepped out of the international arrivals gate, it was quite evident we were not in the western world. For the first time in my life, I was surrounded by lights, signs and sounds completely foreign to me, and I had no reference on which to base what I was experiencing. Mostly due to my own ignorance, but also because I had never travelled that far.
In those magical eight days we rode a bus on the other side to the road, got yelled by two Japanese old men for stepping inside with shoes still on, bathed in thermal waters and saw a multitude of Japanese women - all ages - comfortably walk the hallways of the onsen bathroom naked. We walked alongside an enormous crowd in Shibuya, saw Mount Fuji from the distance, and grabbed drinks at a four seat bar. Yes, four seats. I saw with my own eyes the diligence it takes to make good sushi, experienced the way really good tuna melts in your mouth, ate quite possibly the best ramen I have tasted in my life, and even touched the walls of a Buddha older than the mere of idea of the country I come from. And so much more.
I truly wish I could turn Japan into words, but I would never do it justice, and to be blatantly honest, I don’t want to try because I really hope you can experience it for yourself. I hope you find a way to jump on a plane for more hours that you could possibly imagine so that you see, smell, taste and feel just how freaking big and wonderful this world is.
Nunca en un millón de años me iba a imaginar que yo, una muchacha de la República Dominicana, iba a poder pagarse un viaje a literalmente el otro lado del mundo con sólo 23 años. ¿Crees que exagero un poco? Bueno, si piensas en el contexto de venir de en una isla en el Caribe donde tienes que viajar a los Estados Unidos o Europa antes de comenzar la verdadera parte del viaje - y lo mucho que eso cuesta - no suena tan loco, ¿verdad?
Así que, luego de 10+ confusas horas en Beijing, China donde el smog dejó un desagradable sabor en mi boca, llegamos al aeropuerto de Haneda, en Tokyo, Japón. No recuerdo bien qué se sintió salir del avión, ya que venía asustada por el proceso de inmigración, para que solamente un gentil Japonés le agregara un sello a mi pasaporte y me señalara que por favor continuara caminando.
Desde el primer segundo fuera del gate de los vuelos internacionales, era súper evidente que no estábamos en el mundo occidental. Por primera vez en mi vida, estaba rodeada de luces, signos y sonidos completamente extranjeros para mi. No tenía el más mínimo punto de referencia en el cual basar lo que estaba viviendo, gracias tanto a mi ignorancia, como también por el hecho de que nunca había viajado tan lejos.
En esos mágicos ocho días, nos montamos en un bus que manejaba en el otro lado de la calle, nos gritaron dos viejitos japoneses por entrar a un lugar con nuestros zapatos puestos, nos bañamos en aguas termales y vi un montón de mujeres japonesas de todas las edades asearse y caminar desnudas en el baño del onsen con una serenidad contagiosa. Caminé con la impresionante multitud el cruce de Shibuya, vi el Monte Fuji desde lejos durante un hermoso día soleado y me tomé unos tragos en un bar que solamente sentaba a cuatro personas. Sí, cuatro. Vi con mis propios ojos la dedicación que toma preparar buen sushi, saboree como derrite la buena tuna en la boca, comí sin duda alguna el mejor ramen que había probado hasta ese entonces y toqué el interior de un Buddha más viejo que la idea del país del que vengo. Y tantas pero tantas cosas más.
Quisiera de verdad poder poner a Japón en palabras, pero creo que nunca le podré hacer justicia, y para serte brutalmente honesta, tampoco quiero intentarlo porque quiero de corazón que lo puedas vivir tu mism@. Espero que puedas encontrar la manera de montarte en un avión por más horas de las que te puedes imaginar para que puedas ver, oler, probar y sentir tu mism@ lo grande y maravilloso que es este mundo.